El mantenimiento de las instalaciones de Protección Contra Incendios (PCI) no consiste solo en verificar equipos: la documentación técnica de anomalías y acciones correctivas es un requisito normativo y una garantía de trazabilidad tan importante como el mantenimiento en sí. Cada revisión debe quedar reflejada en un acta firmada, donde consten los resultados de las verificaciones, pruebas, incidencias detectadas y las acciones correctivas correspondientes, entre otras cosas. Conoce más acerca de cómo elaborar un certificado de mantenimiento PCI según RIPCI con nuestras plantillas gratuitas
Disponer de esta trazabilidad histórica aporta ventajas decisivas:
A continuación se detallan las anomalías más frecuentes en sistemas PCI, indicando cómo detectarlas, la frecuencia de verificación y la manera correcta de documentarlas, todo conforme a las normativas vigentes españolas.
Los extintores suelen presentar anomalías como pérdidas de presión en el manómetro, caducidad de la carga, golpes en el cilindro o problemas de accesibilidad. Estos fallos son comunes porque, al tratarse de equipos de primera intervención, están expuestos a manipulación y condiciones ambientales adversas.
La normativa en España establece que el usuario debe realizar una inspección visual trimestral, mientras que la empresa mantenedora obligatoriamente debe inspeccionar el extintor una vez al año, y proceder al retimbrado cada cinco años.
El método más habitual de detección consiste en la inspección visual, comprobando el estado del manómetro, el peso, la señalización, las etiquetas y la accesibilidad del equipo entre otros. En algunos casos es necesario realizar pruebas de presión para confirmar la estanqueidad.
La documentación de estas anomalías debe reflejarse en el listado de comprobación correspondiente, indicando el número de serie, la localización exacta del extintor, la anomalía observada y la acción correctiva adoptada, ya sea recarga, sustitución o retirada temporal del servicio, si corresponde.
En las BIEs son frecuentes las mangueras endurecidas o agrietadas, las boquillas obstruidas y la falta de presión suficiente en la prueba de caudal. La ausencia de maniobra periódica suele ser la causa principal de que las válvulas queden bloqueadas o presenten fugas.
Según la UNE-EN 671-3 y el RIPCI, las Bocas de Incendio Equipadas (BIEs) deben someterse a una verificación trimestral del estado físico y accesibilidad por parte del usuario, a una prueba anual de caudal con desenrollado completo de la manguera y apertura de válvula realizada por empresa mantenedora habilitada, y a un ensayo hidráulico en laboratorio cada cinco años para comprobar la resistencia de las mangueras.
La comprobación anual incluye la medición de presión y caudal mediante manómetro calibrado, así como la verificación de la estanqueidad de la válvula, juntas y manguera, garantizando el correcto funcionamiento del conjunto.
El acta de mantenimiento debe recoger el caudal medido, la presión obtenida, el estado de la manguera y las incidencias detectadas, incorporando, cuando sea posible, evidencia fotográfica de los manómetros y de los equipos revisados para asegurar la trazabilidad.
En los sistemas de rociadores automáticos, las anomalías más habituales incluyen la corrosión o manipulación indebida de los rociadores, la obstrucción por polvo, grasa o pintura, la pérdida de cobertura debida a elementos arquitectónicos o mobiliario, así como la insuficiencia de presión o caudal en la red de alimentación. Estos problemas resultan más frecuentes en ambientes húmedos, con elevada concentración de partículas en suspensión o en instalaciones con escaso control de interferencias constructivas.
La UNE-EN 12845 y el RIPCI establecen como operaciones mínimas de mantenimiento: inspecciones semanales y mensuales orientadas a la comprobación del estado de válvulas, manómetros y bombas, verificaciones trimestrales del estado general de la instalación y de las válvulas de control, y ensayos anuales de caudal y presión en la red a través de la estación de pruebas, junto con la comprobación del funcionamiento de la bomba contra incendios. Adicionalmente, transcurridos 25 años desde la instalación, debe realizarse un muestreo representativo de rociadores para su ensayo en laboratorio acreditado, con el fin de verificar su respuesta térmica y mecánica; este ensayo debe repetirse cada 10 años a partir de entonces, aplicando los criterios de selección y número de muestras que establece la UNE-EN 12845.
El método de detección combina la inspección visual de los rociadores y su entorno con la comprobación hidráulica en la estación de bombeo y en las válvulas de alarma y control, lo que permite identificar tanto anomalías físicas como funcionales y verificar la capacidad operativa del sistema.
Las actas de mantenimiento deben reflejar el número y ubicación de los rociadores sustituidos, los resultados de las pruebas hidráulicas, las deficiencias de cobertura observadas y las acciones correctivas recomendadas, incluyendo cuando sea posible evidencia fotográfica de los equipos revisados y de los instrumentos de medida para garantizar trazabilidad.
En los sistemas de detección de incendios, las anomalías más frecuentes se deben a detectores sucios o averiados, fallos en la central de incendios, sirenas y balizas inoperativas o desconexiones no autorizadas de zonas o lazos. Estas incidencias pueden dar lugar a falsas alarmas o, en el peor de los casos, a retrasos críticos en la detección y aviso del incendio.
El RIPCI (RD 513/2017, Anexo II) establece como operaciones mínimas de mantenimiento: verificaciones trimestrales del funcionamiento de la central, los pulsadores, detectores y dispositivos de alarma, y ensayos anuales del sistema completo, que incluyen la comprobación de la autonomía de las baterías, el test de comunicación de lazos y la revisión integral de todos los componentes. Por su parte, la UNE-EN 54-14 no fija periodicidades de mantenimiento, pero aporta criterios de diseño e instalación que sirven de referencia para asegurar la correcta cobertura y funcionalidad del sistema.
La comprobación se realiza mediante el uso de aerosoles de prueba para detectores de humo, dispositivos de calor para detectores térmicos, activación de sirenas y balizas, y ensayo de autonomía de baterías, asegurando así tanto la operatividad como la fiabilidad del sistema.
Las actas de mantenimiento deben detallar la identificación y ubicación de cada detector probado, los resultados de las pruebas realizadas (incluyendo opcionalmente el tiempo de respuesta como medida de trazabilidad y control de calidad), así como el estado de la central de incendios y sus fuentes de alimentación. Cuando sea posible, conviene incorporar evidencia fotográfica o registros electrónicos de la central para garantizar la trazabilidad de cada componente verificado.
En los sistemas de extinción por agentes gaseosos o por espuma física, las anomalías más habituales incluyen la presión insuficiente en las botellas o tanques de almacenamiento, la obstrucción o mala orientación de las boquillas de descarga, las fugas en la red de tuberías y la ausencia o fallo de los bloqueos de seguridad que deben evitar descargas accidentales. Estos fallos comprometen directamente la eficacia del sistema en caso de activación.
El RIPCI, junto con la UNE-EN 15004-1 para gases y la UNE-EN 13565 para espuma, establece como operaciones mínimas de mantenimiento las inspecciones trimestrales del estado físico y de la presión en botellas y válvulas, las revisiones anuales del sistema completo con comprobación de válvulas, accionamientos y dispositivos de disparo, y las pruebas periódicas de estanqueidad en la red de distribución. En el caso de botellas de agentes gaseosos, además deben realizarse los retimbrados e inspecciones periódicas conforme a la normativa de equipos a presión.
La comprobación se efectúa mediante la lectura de manómetros y presostatos, la inspección visual de boquillas y tuberías, el ensayo de maniobra de válvulas y dispositivos de disparo y las pruebas de estanqueidad con equipos de presión controlada, garantizando que la descarga llegue al riesgo protegido en condiciones adecuadas de caudal y presión.
Las actas de mantenimiento deben reflejar la presión registrada en cada botella o tanque, el estado y limpieza de las boquillas, los resultados de las pruebas de fugas y maniobras y las acciones correctivas aplicadas. Cuando sea posible, se recomienda incorporar evidencia fotográfica y registros de presión para asegurar la trazabilidad y el cumplimiento normativo de cada componente del sistema.
En los sistemas de control de humos y calor, las anomalías más habituales incluyen las compuertas cortafuego bloqueadas, los ventiladores averiados, la ausencia de alimentación auxiliar en los motores y la falta de señalización en los cuadros de control. Estas deficiencias suelen pasar desapercibidas hasta que se realiza una prueba real de activación, comprometiendo gravemente la eficacia del sistema.
El RIPCI (RD 513/2017, Anexo II, apartado 6) establece como operaciones mínimas de mantenimiento: verificaciones trimestrales del estado de compuertas, ventiladores, cuadros de control, señalización y fuentes de alimentación, así como ensayos anuales del sistema completo, que deben incluir la medición de caudales y la comprobación de tiempos de respuesta en la evacuación de humos. Por su parte, la UNE-EN 12101 aporta criterios de diseño y requisitos de producto (aireadores, ventiladores, compuertas), que sirven de referencia técnica pero no fijan las periodicidades de mantenimiento.
La comprobación se realiza mediante la activación de compuertas y ventiladores, la medición de caudales de aire con anemómetros y la verificación del suministro eléctrico de respaldo, garantizando que el sistema mantenga la extracción en condiciones de fallo de red.
Las actas de mantenimiento deben consignar la identificación de las compuertas verificadas, los caudales medidos en ventiladores, los tiempos de respuesta observados y cualquier anomalía detectada, señalando su gravedad y la acción correctiva recomendada. Cuando sea posible, se recomienda incorporar evidencia fotográfica o registros instrumentales para asegurar la trazabilidad.
En los sistemas de señalización fotoluminiscente y alumbrado de emergencia, las anomalías más frecuentes incluyen la degradación del material fotoluminiscente de las señales, la falta de autonomía en luminarias, así como la colocación incorrecta o insuficiente de la señalética de evacuación. Estas deficiencias reducen la visibilidad y pueden afectar de manera crítica a la evacuación en situaciones de emergencia.
El RIPCI (RD 513/2017, Anexo II, apartado 8) establece como operaciones mínimas de mantenimiento: comprobaciones trimestrales del estado general de las luminarias y su piloto de carga, e inspecciones anuales de autonomía mediante la desconexión de la red eléctrica, además de la verificación anual del estado y visibilidad de las señales fotoluminiscentes. Por su parte, la UNE 23035 define los requisitos de diseño, características y prestaciones de las señales, pero no fija periodicidades de mantenimiento.
La comprobación se realiza mediante la inspección visual de la señalización, la activación de luminarias con la red desconectada para comprobar su autonomía mínima y la evaluación de la correcta ubicación y visibilidad de cada elemento.
Las actas de mantenimiento deben consignar la ubicación de cada señal o luminaria revisada, el resultado de la prueba de autonomía, la valoración de la visibilidad y estado de conservación, así como cualquier necesidad de sustitución o reposición. Cuando sea posible, conviene acompañar la documentación con evidencia fotográfica que refuerce la trazabilidad.
Como hemos visto, las anomalías en instalaciones PCI no solo deben detectarse a tiempo, sino que también es imprescindible documentarlas de forma exhaustiva y trazable para cumplir con las exigencias del RIPCI, el RSCIEI y las normas UNE aplicables. El problema habitual de muchas empresas mantenedoras es que estas tareas requieren un gran volumen de registros, lo que puede generar errores humanos, retrasos en las inspecciones o pérdidas de información valiosa.
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